La ensaladilla, un bien privativo

Carlos Navarro Antolín

La ensaladilla es una de las varas de medición de la felicidad más fiables. Decir de algo o de alguien que te gusta más que la ensaladilla es colocar el listón en el lugar más alto, en la cima de las preferencias, en la cúspide de las prioridades. Regalar un táper de ensaladilla equivale a conceder el Toisón de Oro de la amistad, la más alta distinción posible entre seres humanos. Entrar en un bar y oír que la ensaladilla se ha terminado es la bofetada de aire caliente que  te pega la calle tras salir de un cine fresquito. La ensaladilla sirve para honrar a los amigos, santificar las fiestas y abrir los menús con los mejores lances de capa posibles en el festejo de cualquier celebración. La ensaladilla no se comparte, debe concebirse como un bien privativo. Mejor siempre la tapa individual que meter los tenedores usados en el plato colectivo. Decorar una ensaladilla con ketchup o vinagre de Módena debería estar tipificado en el Código Penal, castigado con penas de trabajos en beneficio de la comunidad y, en caso reiterativo, con la expulsión temporal de la nación.

Sin ensaladilla no hay paraíso. Un bar que se precie debe demostrar que tiene una mínima solvencia con la ensaladilla antes que con cualquier otra tapa. La ensaladilla elaborada con Thermomix debería igualmente estar sancionada, merece un pañuelo verde y ser devuelta a los corrales. Y, por supuesto, la ensaladilla debe ser servida al desprecio. Los moldes son el picudo rojo de este plato estrella, se expanden con peligrosidad y reducen la gracia con un efecto frustrante en quien, henchido de entusiasmo, se dispone a vivir unos instantes de felicidad ante su tapa favorita y, horror de los horrores, se encuentra con un dado, un redondel y otras extrañas formas. Un ensaladilla servida con molde es como una mala siesta o una tarde de toros plúmbea. ¡Y qué decir de las que se hacen triturando la patata hasta obtener una masa informe! Nunca más acertada la apertura de este ODER, instrumento válido para la salvaguarda de un símbolo del estado de bienestar local. Perder las ensaladillas mejores es como quedar huérfanos del buen humor, vivir privados de la ironía o vivaquear hurtados de esa sal gorda de la vida que siempre, siempre, está en los pequeños detalles.

Carlos Navarro Antolín
Periodista. Diario de Sevilla (Grupo Joly). Redactor Jefe. Blog La Caja Negra

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